Hay cosas que nunca cambian, que siempre son costumbre y tradición.
Como la de mandar una postal en NAVIDAD.
No me puedo sentir más orgullosa de mi Padre. A su edad y mandando la felicitación a su HIJA.
Felicitación que recibo con toda la ilusión de antaño. Con todo el amor que él me procesa. Con la ilusión que caracteriza en estas fechas.
Y sigo recordando cuántas debíamos escribir años atrás.
Que me dolía la mano. Lo hacíamos entre los dos. Me gustaba, y me sigue emocionando. Sobre todo mantengo ese recuerdo de su mirada, de su observación, quería que quedarán perfectas. Corregía mi caligrafía. Y ahora cree que escribe mal. No es cierto. Un año más sigue haciendo crecer mi ilusión, con ese detalle tan especial suyo.
Naturalmente con los años, las postales ya llevaban un poco de mí. Cada una iba dirigida con toda la entrega particular. Y a cada destinatario le llegaba con un detalle especial.
Nos llevaba días, luego había que llevarlas al buzón. Era todo un proceso realizado con amor.
Me alegra seguir manteniendo esta enseñanza. Y espero que perdure en mis hijos.
Nietos y biznietos.
No dejéis perder la ilusión.
GRACIAS PAPA.
